Experiencias

EXPERIENCIA 1 

No es fácil hablar de los transtornos alimenticios que probablemente tocaron mi vida de una manera irremediable.
Empezó con el típico “Con tanta cadera no vas a encontrar ningún chico que se desmaye al verte desnuda”, así como ahora parece una tontería, el comentario me tocó. Desde pequeña había sido una chica regordeta, así que no era la primera vez que me llamaban “la cartucheras”.  Solía llevar ropa ancha, así que al principio nadie lo notó.
Durante los primeros meses después de ese comentario, comía solo 2 veces al dia, me quité el desayuno y las meriendas para reducirme un poco el estómago y no pasar hambre y luego poder dejar una comida de lado también. Pasados los 6 meses, dejé de cenar. Tal vez comía un iogurt si tenia mucha hambre, pero fue fácil dejarlo de lado.
Hacia 7 meses que casi no comia, y empezé a hacer deporte 2h al dia. En un año, pasé de pesar 56 kilos a pesar 38 y teniendo 14 años. Mis piernas parecían palos y mis brazos no tenían forma, se podía decir que ni siquiera hacía sombra. Pero yo nunca me veía bien, noté que las caderas seguían estando ahí, sin carne, pero ahí estaban, eran hueso, no se iban a mover, y eso me destrozaba, y nadie sabía nada, nadie lo sospechaba. Y entonces, llegó alguien que sí, que lo notó, yo con mi ropa ancha y mi maquillaje, conseguía pasar desapercibida mi anorexia ante los ojos de todxs mis amigxs,e incluso mis padres; pero él lo notó, notó que nunca le decía “voy a cenar, hasta luego”, notó que siempre me iba a hacer deporte, que no quería ir nunca a la playa, que en verano pasaba frío y que mis ojos llevaban siempre unas ojeras descomunales bajo el maquillaje. Y un dia me lo preguntó: “-Pero tú… ¿tú comes?-” Y se me retorció la vida, empezé a llorar. 1 año llevándolo en secreto y se lo conté a la única persona que parecía haberse fijado en mi, se lo conté todo, como aquí lo cuento. Sintiéndome mas idiota cada vez que decía una palabra, cada una me hacía sentir peor que la anterior. Y al terminar me fui corriendo a casa y no salí en 2 dias, en los cuales no paré de comer ni un momento. Mi cuerpo empezó a agradecerme los nutrientes y me sentí mejor. El chico, decidió venir a verme, y desde ese dia jamás dejó de ayudarme. Me enseñó porqué una chica con caderas puede ser tan bonita como una que no, que una morena es tan bonita como una rubia, y que le gustaba yo de antes  de que adelgazara tanto. Pasaron los meses y me enamoré de él, me formó como feminista, me ayudó a superar el transtorno y me enseñó muchísimas cosas. Desgraciadamente, hoy al dia, no nos hablamos, él está perdido por la península y yo sigo aquí, luchando dia a dia contra este demonio que tortura a mil jóvenes, del cual yo conseguí escapar.
Así que en lucha, la anoréxia no es ninguna broma. Pide ayuda si ves que estas en una situación parecida a: scumgirls@gmail.com o para cualquier consulta que tengas.
Suerte y viva las caderas!



EXPERIENCIA 2


Hola chiques, soy una chica que pasó por una situación de anorexia-bulimia. Quería escribirlo aquí para que sirva a otres persones como apoyo. Mi caso fue algo especial porque empezó por el hecho de querer entrar en ese canon impuesto, pero mi mente jugó un papel muy importante, yo misma me decía cosas que me hundían en la mierda. Pensaba que yo tenía la culpa de todo.
Mi problema estaba principalmente en mi cabeza y en las cosas que me decía a mí misma. Llevaba dos años con problemas de autoestima porque mi cuerpo no me gustaba y porque no estaba lo suficientemente flaca, pero todo empeoró cuando mi compañero me dejó. Entonces empecé a pensar que me había dejado porque estaba gorda o porque era fea. Mucho antes de todo esto ya me había metido los dedos para vomitar. Pero cuando me dejó también lo hice. Me consideraba una mierda, tenía la autoestima muy baja y no levantaba cabeza. Todo a mi alrededor era una mierda y no había manera de recuperarme de ello. Comprendí que vomitando lo poco que comía o directamente no comer no me solucionaba nada. Entonces empecé una dieta y a ir al gimnasio.Poco a poco fui abriendo los ojos. En lugar de mirarme al espejo, me hacía fotos para que mi mente no pudiese distorsionar la imagen real de mi cuerpo en el espejo. Empecé a darme cuenta de la realidad. Mi cuerpo no tenía nada de malo, era el sistema, y por ende la sociedad, que me hacía creer esto, ya que no tenía una separación entre mis muslos y mi culo no era como el de las famosas. Aprendí a quererme como yo era. Y que sólo a mí me tenía que gustar mi cuerpo. No tenía que poner en juego mi salud por gustarle a les demás. Esta experiencia la superé sin ayuda de ningune profesional. Me consideraba lo suficientemente fuerte como para hacerlo yo sola, eso sí, con ayuda de mis amigues, y me llevó mucho tiempo. Por otra parte yo también tenía el feminismo, me agarraba a mis principios cada vez que pensaba que estaba gorda, me hacía ver a mí misma que eso es lo que quieren, quieren que seas débil y frágil para poder manejarte mucho mejor, para que veas ese canon de belleza como algo normal y algo que tienes que aceptar y tener por ser mujer. Si algune de vosotres tiene este problema y ve que necesita más ayuda que la pida. Este acto no demuestra que seas débil, es sólo que quieres recuperarte por completo. El objetivo es salir de ese pozo.Llevo medio año en el que no he pensado ni una sola vez que mi cuerpo no es el correcto o que no le va a gustar a la gente. Y, sinceramente, todo es diferente, ahora tengo autoestima y comprendo que la palabra "gorda" no me tiene que afectar ya que es lo mismo que "flaca". Cada vez que me miro al espejo, lo que veo me gusta. Sólo te tienes que gustar a ti misme, no intentes gustarle a les demás. Dicho esto considero que ningún canon es bueno. Hay que abolirlos todos, cada une es como es y nadie merece sufrir lo que yo he sufrido y muchas personas sufren día a día por intentar alcanzar una belleza que solamente les aleja de la felicidad.
Ánimo a todes, no estáis soles.
Scum Girls Valencia –M.


EXPERIENCIA 3

Mi padre es alcohólico. Me enteré por mi abuela, su madre, cuando yo tenía doce años. Mi madre no tenía amigues, no salía y no se vestía como ella quería. Tampoco tenía carné de conducir, ni se maquillaba. Mi padre no le dejaba. Una forma de maltrato psicológico sutil que duró hasta que me di cuenta de lo que pasaba.
Desde pequeña he idolatrado a mi padre, lo he querido a más no poder, y tal vez esto era lo que no me hacía darme cuenta de lo que me rodeaba. Siempre me había caído mejor mi padre. Él era mucho más alegre que mi madre. Lo que no sabía es que mi madre desembocaba toda su frustración en mí. De pequeña no sabía hablar bien, me costaba, así que iba retrasada en los estudios y me costaba más aprender. Mi madre en vez de ayudarme me chillaba y me pegaba algún que otro bofetón cuando no me salían las cosas a la primera. En cambio mi padre siempre estaba feliz y siempre me recibía con los brazos abiertos.
Cuando tenía doce años, me di cuenta de que mi padre y mi madre discutían a menudo. Yo no entendía exactamente por qué, se iban a un lugar apartado a discutir y ni mi hermana (en esa época de unos siete-ocho años) ni yo entendíamos nada. Un día me fui a comer a un restaurante con mi abuela y de camino nos encontramos a mi padre en un bar, bebiéndose una cerveza. Mi abuela se enfadó con él. Yo no lo entendía, le había visto mil veces beber cerveza y lo veía algo normal. Le pregunté a mi abuela que por qué se enfadaba. Me dijo “El papá tiene un problema con el alcohol y antes se tomaba unas pastillas que le quitaban las ganas de beber, pero ahora ya no y bebe.” Me sorprendió, pero no lo vi algo muy grave. Al día siguiente le pregunté a mi madre y se enfadó con mi abuela por decírmelo.
Sobre los trece empecé a ahogarme. Notaba una presión en el pecho y un nudo en la garganta que no me dejaba respirar. No sabía por qué. Estaba viendo una película y me empezaba a ahogar. En natación, haciendo largos, me ahogaba. En cualquier situación. Me hicieron pruebas para ver si tenía un problema de corazón. Estaba completamente sana físicamente, lo que fallaba era la mente. “Tienes ansiedad.” me dijo la doctora. “¿Y eso qué es?” pregunté yo. “Reprimes tus sentimientos y al hacerlo tu mente necesita expresarse de forma física, por eso te ahogas. Puedes convivir con ello sin tratamiento.” Y ahí quedó todo. Dejé de ahogarme tan a menudo para pasar a hacerlo cuando pasaba por una situación difícil, como cuando mi primer novio y yo cortamos o tenía un examen complicado. Las discusiones en casa aumentaban y yo solamente quería que mi hermana no las escuchara. Empecé a desconfiar de mi padre.
Empecé tercero de la ESO y a salir con un chico. Una noche, a mi padre le dio un ataque por beber demasiado. Estaba sentado en un taburete de la cocina, se cayó, empezó a convulsionarse y a escupir saliva. Fui la primera que lo vio. Me arrodillé y empecé a sujetarlo para ver si paraba de convulsionarse. No lo hizo. Empecé a gritar. Llegaron mi hermana y mi madre y ésta le puso un trapo en la boca. Yo cogí a mi hermana y la metí en mi habitación, con la televisión a todo volumen para que no oyera nada. Después llamé a la ambulancia y a les vecines de en frente, que nos ayudaron a tranquilizarle. La ambulancia llegó y llevaron a mi padre al hospital, donde él y mi madre pasaron la noche. Mi hermana y yo nos quedamos con mi abuelo, el padre de mi madre, en casa. Al día siguiente todo el mundo hizo como si no hubiera pasado nada.
Mis padres discutían cada vez más y mi padre cada vez se cabreaba más por cualquier cosa. Él llegaba borracho y empezaba a recriminarle cualquier cosa a mi madre. Desde no haber fregado a no querer tener relaciones sexuales con él. Ya no dormían juntos. Empezaron los insultos. Y luego los golpes a paredes y muebles. Una noche llamamos a mi tío, el hermano de mi padre, e intentamos entre todes que mi padre razonara y se metiera en tratamiento. No conseguimos nada y mi madre habló de divorcio.
Una noche, mi padre no paraba de patear y pegar a las paredes, mucho más borracho que de costumbre. Mi madre empezó a tener un ataque de ansiedad y mi hermana no paraba de llorar. Las metí en mi habitación y me encaré a mi padre. A base de amenazarle con que iba a llamar a la policía conseguí echarlo de casa, no sin antes llevarme intentos de golpes e insultos. Conseguimos vivir solas en casa, pero de vez en cuando aparecía y ya no se metía con mi madre, empezó conmigo. Un día, en una visita al médico, él fue quien me acompañó y recuerdo que me dijo “Conseguiré tu custodia y te joderé la vida. ¿Sabes cómo? Porque te echaré de casa y como no sabes hacer nada acabarás de puta y ya no será cuestión mía.” La mujer que estaba sentada en el banco a nuestro lado me miró con una mezcla de rabia y pena. Con el paso del tiempo he comprendido que algo así se te queda para siempre.
Había veces que me soltaba cosas un poco más sutiles. Del palo “Niñata malcriada, no sabes hacer nada” “Cómo se nota que tu madre te pone en mi contra” “Te voy a joder la vida” “Estás amargada, así no le vas a gustar a nadie”.
La ansiedad creció y pasé de ahogarme a tener dolor de estómago y ganas de vomitar. Estuve ingresada cinco días en el hospital, pensando que tenía un virus cuando era ansiedad. Cuando salí, las cosas solamente empeoraron. Mi novio y yo lo dejamos porque se iba a vivir a otro país. Suspendí cuatro asignaturas el primer trimestre y ocho el segundo. Salía de en medio de clase llorando, a veces ni siquiera iba o iba a una hora y luego no podía aguantar más y me iba. 
Mi padre quería quedarse con la casa, así que mi madre, mi hermana, mi perro y yo nos fuimos a casa de los padres de mi madre, mis abuelos, donde dormíamos las tres una habitación minúscula, sin espacio ni intimidad. Rompí adrede un vaso de cristal para cortarme con él en el brazo izquierdo. Seguía saltándome clases, seguía sin estudiar. Me tumbaba en la cama y simplemente mantenía los ojos abiertos y me evadía. Dejé de comer. Cada vez que iba a comer me entraba angustia y sentía arcadas. Adelgacé ocho kilos (llegué a pesar cuarenta y dos) Yo me sentía sola, me alejaba de mis amigues e iba a mi bola, pero dejé de cortarme gracias a un amigo.
Mis padres firmaron el divorcio. Mi madre quedó como tutora legal pero teníamos que ver a mi padre una vez a la semana delante de mi abuela y mis tíos. Ni mi hermana ni yo queríamos. Nadie nos hizo el más mínimo caso.
Llegó el tercer trimestre y me cayeron dos asignaturas que recuperé durante el verano. No salí casi nada con mis amigues, solamente con el chico que hizo que me dejara de cortar porque nos hicimos muy buenes amigues. Me empezó a gustar.En Agosto conseguimos un piso cerca de casa de mis abuelos donde poder vivir las tres solas. Empecé a ir a la psicóloga y al principio no me fue muy bien, pero más tarde fueron parando los ataques de ansiedad y empecé a socializar más. Aún así, al haber cambiado de casa tres veces en poco tiempo, dejé de considerar que tuviera casa y me sentía muy confudida. Actualmente sigo igual.
El comienzo de cuarto de la ESO fue duro, porque pensaba que me pasaría igual que el curso pasado; que tendría ataques y apatía. Pero estaba mucho mejor y me empecé a meter en el tema de la política. A mitad del primer trimestre conocí a un chico con el que tuve una relación abierta. Yo con mi inseguridad y mis celos no podía soportarla y me cortaba en los brazos cada vez que discutíamos. Pese a todo, yo tenía a mi amigo apoyándome.
Después de ocho meses de relación no muy saludable, empezó a gustarme mi amigo, al cual yo también le gustaba. Como por una parte acababa de dejarlo con el otro chico y por otra me empezaba a gustar mi amigo, comencé a ponerme nerviosa y a montarme paranoias sobre qué hacer. Me corté en las piernas varias veces. (Debo decir que las autolesiones son algo muy serio. En mi caso, yo utilizaba la autolesión para evadir los problemas, cuando no sabía cómo resolverlos me cortaba y la solución no estaba en que me dijeran que parara, es que me enseñaran a tranquilizarme.) Creo que esa fue la última vez que me corté. Empecé a salir con mi amigo y seguimos juntes hoy día. He tenido algún ataque de ansiedad suelto, pero ahora estoy mejor en ese tema. Con las visitas de mi padre lo paso realmente mal, porque suele venir borracho y odio que mi hermana (actualmente de once años) tenga que vivir eso. Por si fuera poco, ella vivió sola dos ataques de mi padre por beber demasiado. Uno en mi primera casa, otro en casa de mi abuela, donde quedamos con mi padre. Mi familia paterna niega que mi padre nos maltratara a mi madre y a mí y hacen lo posible por excusarle. Los aborrezco con ganas. Cuando voy, simplemente les hablo normal, pero no les considero mi familia.
En definitiva, todo lo que he vivido me hizo madurar de golpe, algo que aún me pesa, ya que no pude disfrutar de una preadolescencia de verdad. Por otra parte admito que me he vuelto muy desconfiada y sigo sin saber tratar los problemas. Pese a ello, intento aprovechar mi madurez y corregir mi actitud. Por otra parte, todos los recuerdos buenos que tenía de mi infancia con mi padre han desaparecido, y han dado paso a unos que no entendí hasta que vi lo que había en casa. Una cosa que recuerdo es ver a mis padres discutir, yo teniendo muy poca edad, unos cinco años. Mi madre amenazándole con que nos iríamos ella y yo a casa de mis abuelos si no cambiaba de actitud mientras yo pedía que me explicaran qué estaba pasando. Otro recuerdo es cuando mi padre me iba a llevar al parque y me dejó en la puerta de un bar. Él dentro bebiendo y yo fuera, sola, con unos seis-siete años. Recuerdos así se han ido acoplando en mi mente y no he conseguido que desaparezcan. Aún así, lucho día a día por superar todo esto y por no permitir que nadie tenga que pasar por algo así nunca más. 
Scum Girls Valencia.



EXPERIENCIA 4

Me gustaría compartir mi experiencia personal con el machismo de manera anónima con la gente y ya que formo parte de un colectivo local pues me he animado a hacerlo a través del blog:
Yo hace 3 o 4 años no me valoraba nada a mí misma, en mi pueblo siempre estaban que si fea, que si gorda e insultos o expresiones que buscaban denigrarme o infravalorarme y por momentos lo consiguieron aunque lograse ocultarlo. Por esa época de mi vida no tenia mucha gente cercana como tal, sin buscarlo, creo que por todo un poco me volví algo introvertida y no me mostraba por miedo: no hablaba a la gente, siempre iba con mis cascos, solo usaba ropa ancha para no mostrarme. En mi grupo de amigas éramos tres solamente, y así llegó 4 de la ESO. Con esa edad todas mis amigas estaban enamoradas, o lo que se puede estar a esa edad, y en la mayoría era mutuo. Yo nunca había tenido contacto de ningún tipo con nadie del género masculino, salvando las situaciones de amistad, por mi actitud introvertida. Yo con mis 15 años me empezó a gustar un chico de mi curso. Él era un año más que yo y me utilizó, solo quería follar conmigo y el era el primer chico con el que intentaba algo pero no buscaba eso en él. Un día quedamos en el parque, después de ya haber quedado una vez, y me puso contra la pared, me bajó la cremallera del pantalón y contra mi voluntad me empezó a tocar mis zonas intimas sin mi consentimiento y yo no podía nada mas que llorar pero él no me dejaba apartarme y así estuvimos hasta que me le quité de encima. No volví a querer saber nada de él. Un día que estaba sola yendo al instituto me apartó y me dijo que quería hablar conmigo, yo le escupí en la cara porque no podía hablar, no me veía capaz de ello, y me cruzó la cara. No he sabido mas de él hasta este año que por distintos motivos me le encuentro en lugares con amigos comunes y no puedo ni mirarle a la cara... No se lo he contado a nadie más que a mis compañeras del colectivo SCUMGIRLS y sigo guardando el secreto para mí aunque mi actitud ha cambiado respecto a todo a partir de aquello aunque no he dejado que ninguna de mis ex parejas se propasase, y en ciertos momentos, sin quererlo, si estoy con un chico me tengo que ir para no romper a llorar. 

EXPERIENCIA 5


Portazos, golpes, llantos, libros y corazones rotos, almohadas que guardaban algo más que plumas. Así empezó todo.
Mi madre no hacia más que meterse al baño a llorar cuando pensaba que tanto mi hermano y yo estábamos distraídos, pero yo la escuchaba. No entendía absolutamente nada de lo que pasaba a mi alrededor. Joder, yo solo tenía seis años.
Muchas noches no veía a mi padre llegar a casa, y aquellas en las que estaba empezaba la pesadilla de mi madre. Todo era discusiones, insultos, infravaloraciones que acababan en lágrimas y promesas vacías. “Cambiaré, dejaré la bebida. Los niños y tú sois mi vida. Te amo”. Mi madre tragaba sus palabras, mi padre solo alcohol, entre otras drogas.
Yo no recuerdo haber visto nada directamente, de hecho no tengo recuerdos de esta situación, más bien tengo flashes de gritos que retumbaban en las paredes. Pero yo no era capaz de salir a mirar, tenía miedo. Las sábanas y el interior del armario eran mi fortaleza. A veces imaginaba que eran pesadillas o las películas de la televisión.
Con siete años, fui al cumpleaños de una amiga y mi madre vino a recogerme antes de la hora acordada. Me llevó a la casa de mi tía, donde ya estaba mi hermano. Pensé que pasaríamos el resto de la tarde jugando con mis primos, pero no. Me enteré más tarde de que mi padre se había ido de casa, nos había abandonado.
Los tres días siguientes los pasé en casa con mi hermano y mi madre. Ella se encontraba pensativa y hablaba mucho con su hermana. Solo captaba frases suyas como “te está destruyendo”, “no te conviene”, “sepárate de él y salva a esos niños”. Mi madre acabó haciendo eso. Se fue en busca de un trabajo para sacarnos a flote, puesto que mi padre la prohibía trabajar, y la mayoría de los ahorros se los gastó en drogas.
Al tercer día volvió mi padre, rogándola una vez más un mísero perdón, pero ella no aceptó y lo echó de casa. Mi padre me cogió del brazo, me subió sobre sus piernas y me dijo “princesa, mamá es mala y quiere separarme de vosotros. No dejarás que me vaya, ¿verdad?”. Yo lo idolatraba, a pesar de su machismo e infravaloraciones hacia mí y mis múltiples hobbies. Yo no entendía por qué se tenía que ir, solo eran broncas de pareja, ¿no? Una niña de siete años es incapaz de imaginar que su padre es un maltratador, un enfermo…
Estuve mucho tiempo en contra de mi madre, puesto que mi padre me comió el tarro, pero menos mal que mi madre era fuerte y consiguió sacarlo de casa. Por fin se separaron.
No obstante, la pesadilla para mi hermano y para mí no había hecho más que comenzar. En el convenio que firmaron de mutuo acuerdo decía que teníamos que ir dos fines de semana al mes con él.
Algunos días lo pasábamos en grande, cuando no bebía. Sin embargo, la mayoría de ellos se los pasaba empinando el codo, teniéndonos de camareros hasta las tantas de la madrugada o incluso pasábamos las noches en bares, gastándose nuestro dinero y el suyo, descuidando sus labores de padre, relatándome lo mierda que era la vida y sus retorcidas formas de suicidio, insultando a mi madre…
“ES UNA PUTA QUE ME HA DEJADO PARA FOLLARSE A TODO EL MUNDO”, “ES UNA MALA PERSONA QUE SOLO QUIERE PONEROS EN MI CONTRA”, “ES UNA ARPIA”. Y yo callaba, por miedo.
Mi hermano era más inteligente y se iba pronto a dormir, pero yo me quedaba todas esas noches, desde que tenía diez años hasta los trece, escuchando todo aquello, y si quería irme a dormir, por puro cansancio, me amenazaba con un cuchillo, alegando que era una niñata insensible y que me importaba una mierda.
Pasé toda mi preadolescencia sin salir con mis amigos cuando me tocaba con él porque, si no, me hacia chantaje emocional, diciendo que no lo quería, que iba a abandonarlo, que entonces ya no tendría nada que perder y se suicidaría.
Soportamos toda esta situación hasta que, un día, mi padre, borracho, pegó un puñetazo a mi hermano en la cara porque quería enseñarlo a boxear y “no calculó las distancias”. El domingo al llegar a mi casa, mi hermano le contó a mi madre que era una caída, pero yo no aguanté más y le conté todo.
Fuimos a juicio para reclamar que queríamos verlo cuando hubiese gente delante y una vez por semana. Yo ya no soportaba esa situación y comencé a adoptar su forma de ver la vida. Incluso hoy en día, me considero una persona inútil, tonta y horrible, me doy asco y a veces creo que me debería morir. No soy más que un estorbo.
En cuanto al juicio, lo perdimos por sus contactos, ese apoyo incondicional de su familia (que estaban al corriente de todo y sabían perfectamente que tenía un problema) y su labia, pero al final, con muchas rebeliones contra él por nuestra parte, se hartó de nosotros y comprendió que era mejor que nos viésemos cuando nos apeteciese.
Hoy en día, mi padre sigue siendo un politoxicómano, cosa de la que me enteré hace relativamente poco: mi madre había intentado meterlo en centros de desintoxicación y él falseaba las pruebas para entrar, nunca cumplió sus promesas de dejarlo. Le veo más bien poco, a veces es muy confortable su compañía, pero la mayoría se dedica a hacerme sentir despreciable y a ver la vida como una penitencia. Él no está bien, tampoco soy capaz de dejarlo solo porque él me ha creado un cargo de conciencia. Sin embargo, es una persona que no sabe querer: es tóxica y se dedica a destruir todo a su paso, creándose una falsa realidad en la que él es la víctima y el resto sus asesinos. Todos han superado esta situación, menos yo, y no para de atormentarme.

Por esto necesito feminismo, para que nadie tenga que pasar por algo así. 

EXPERIENCIA 6

   Mi madre estaba muriéndose y no fui consciente de ello hasta que toqué su pálida y fría piel sin vida. ¿Qué me distrajo? La anorexia. Suena dramático, pero es así.


   Nunca he sido una chica despampanante, no entro dentro de los cánones de lo que se considera "belleza", pero nunca había tenido problemas con mi cuerpo. Me consideraba una chica del montón, que había tenido sus rolletes, sus primeros novios adolescentes, que a pesar de no estar delgada se gustaba y gustaba. Comencé el último curso de instituto con una nueva mentalidad: tenía que adelgazar. Llegaba mi graduación, después la universidad, y quería estar más delgada, ponerme en forma, impresionar, entrar en una 36, que se me marcaran los huesos, tener la tripa plana. Era una tontería, algo que el Patriarcado nos impone a todas, pero por aquel entonces me iba la vida en ello. Comencé con lo típico. La dieta que te saltas día sí día también, salir a correr con amigas, comer más sano... 

   Mi madre aún estaba estable. Creían que el cáncer había dejado de expandirse y que con el tratamiento sería suficiente. Y yo me lo creí. Total, ¿cómo iba a morirse MI madre? Eso no iba a pasarme. Gracias a horas y horas de terapia he comprendido que mi guerra con mi cuerpo era solo un escudo que me puse para refugiarme del drama que se vivía en mi casa. Mientras todos se angustiaban, lloraban, gritaban de dolor por la vida de ella que iba apagándose,  yo me angustiaba, lloraba y gritaba por las calorías que había comido.
 Pasaron 4, 5 meses. Adelgacé unos 12 kilos. Estaba genial. Todos mis amigos me decían lo bien que me veía, que me mantuviese así, que estaba perfecta. Pero yo me veía gorda. MUY GORDA. Y tenía que adelgazar más. Aunque estaba a una talla de mi meta inicial, no me parecía suficiente.  Me pasaba el día ojeando revistas de moda, recortando esos cuerpos "perfectos", pegándolos por mi pared. Tenía una agenda solo para contar las calorías que comía. Miraba hasta las calorías de los chicles. Era enfermizo, angustioso. Ya no salía con mis amigos, pues eso supondría beberse una cerveza, quizá un cubata, tomarse algo para picar, y eso supondría engordar. Dejé de comer en el comedor para comer en mi cuarto sola. Mi familia no me dejó al principio, pero tenían cosas más importantes en la cabeza y al final se rindieron. Comía menos de 400 calorías al día. Y si me pasaba, al día siguiente me auto-castigaba y no comía nada. Empecé a perder peso de una forma sobrenatural. Casi a kilo por semana. Llegó mayo, y había perdido más de 30 kilos desde que empecé. Me veía perfecta. Me veía guapa. Por fin me parecía a esas chicas de revista. Por fin podría ponerme la ropa que anunciaban sin sentirme mal conmigo misma. Por fin lo había alcanzado. Por fin creía ser feliz. Por aquel entonces yo pesaba 44 kilos (midiendo 1,75), y la gente, y esto lo juro, se me quedaba mirando horrorizada por la calle (con esto no digo que no haya chicas que pesen y midan eso de manera sana, solo digo que en mi cuerpo era algo insano y se me notaba: ojeras imposibles de ocultar, cara chupada, pómulos demasiado marcados, incluso se me marcaban todos los huesos de los hombros y brazos).  Mis amigos estaban asustados. Los más cercanos estaban también enfadados. Y yo lo atribuía todo a la envidia. "He conseguido mi meta, ahora estoy más buena que ellas, y me envidian. Por eso quieren que coma. Son una mierda de amigas". 
Comencé a salir con un chico. Lo conocí en un bareto y, por primera vez, el chico guapo que gustó a todas mis amigas se fijó en mí. Comenzamos un rollete, algo informal, pero me gustaba de verdad y quería apostar por ello. Le propuse que intentáramos algo serio, y él me dijo, literalmente: "Me gustas mucho, encajamos a la perfección,eres una chica genial, pero hasta que no salgas de esto no puedo tener algo serio contigo". Me debí de quedar blanca. "¿Salir de qué?" "Por favor, sabes perfectamente de qué hablo. Necesito que estés bien contigo antes de poder empezar algo real juntos. Necesito que te cures". Esto me hundió hasta tal punto que dejé literalmente de salir a la calle. Preferí quedarme con mis costillas marcadas y mis tortitas de 15 calorías a arriesgarme a sacar la cabeza de mi cueva y engordar. Me alejé de aquel chico, aunque, gracias a dios, hoy en día hemos vuelto a hablar. Y no solo me alejé de él. Me alejé por completo del mundo real, un mundo donde a mi madre le quedaban dos meses escasos de vida, donde había perdido a todos mis amigos, donde estaba sola,  para trasladarme a un mundo de felicidad inventada donde la comida era el enemigo y sentirme las costillas el paraíso. 
   Mi madre murió a finales de octubre. Yo no estaba en la ciudad, estaba de vacaciones con mi hermano, y en cuanto nos llamaron cogimos el coche y corrimos al hospital. La habían dejado en coma porque los dolores eran demasiado fuertes y no le quedaban fuerzas para aguantar, solo esperaban un milagro, o por el contrario, que el cuerpo dejara de funcionar por él mismo. Esperamos una semana de lloros, agonía, dolor y sufrimiento a que llegara la llamada. Eran las 12 de la noche exactas de un lunes. Ella ya no estaba. Entré en la habitación y la vi tendida sobre la cama. Blanca. La toqué la piel, temblando, y juro que entonces algo se rompió dentro de mí. Algo dijo "basta". Algo me hizo ver que ella había pasado el último año de su vida viendo como su hija  en vez de ayudarla a levantarse de la cama o traerle agua para las pastillas estaba encerrada en su cuarto llorando por las calorías. Como, nuestra última conversación fue por teléfono, discutiendo sobre la comida. Me dijo que iba a mandarme al hospital, que estaba enferma. Y la colgué. Arrepintiéndome, la llamé a los segundos y la pedí perdón. Nos cruzamos un "te quiero". Y ya está. Esas fueron las últimas palabras que oí de su boca. 
Al mes entré en tratamiento. No por mí. Yo no quería engordar. Por ella.  Ahora, tres años después, he recuperado mi peso normal. Sí. Vuelvo a estar rellenita. Las costillas ni se me asoman. Me sobra chicha de aquí y allá. Pero ha habido algo que ha estado ahí todo ese tiempo, apoyándome y dándome las fuerzas para seguir. Algo que me abrió los ojos y me hizo ver que puedo tener el cuerpo que quiera, que puedo follar con quién quiera, que puede gustarme quién quiera. Que puedo ser quien quiera ser a pesar de que la sociedad no lo vea así. Que tengo que luchar contra el Patriarcado, aunque me vaya la vida en ello. Que soy guapa de la manera que soy, y no tengo que cambiar para gustar. Que tengo que quererme a mí misma, que soy el único amor verdadero que encontraré. ¿Y sabéis quién fue mi héroe, quién me salvó la vida, literalmente? El feminismo. El feminismo me salvó la vida y me la salva cada día que pasa, que me levanto y soy capaz de quererme. El feminismo nos salva la vida a todas, y por eso, entre lágrimas, doy las gracias a todas aquellas personas que forman parte de él. Porque me habéis salvado la vida, compañerxs. 
Un saludo a todas y que la lucha siga en pie cada día.